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el periodico de saltillo
Edición No. 300, febrero 2014


¿Qué es lo que quiere Peña Nieto?


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Adolfo Olmedo Muñoz.

Ni los grandes maestros en el estudio de la Teoría del Estado, como Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea, Porfirio Muñoz Ledo y muchos otros, incluso del ámbito internacional, han podido hacer un certero diagnóstico del padecimiento que desvanece a una nación que como México tendría todo para ubicarse en un lugar entre los países más avanzados del mundo y que lastimosamente se mece entre la barbarie, la pobreza, la inseguridad, el desgobierno, la ignorancia y la dependencia económica.

Tal vez, en una milenaria premonición, haya sido Platón el único que describe, sin quererlo, las condiciones putrefactas que vive la sociedad mexicana, en un estado que como gallina descabezada, recorre la “granja” de un lugar a otro en un espeluznante reguero de sangre y sin nadie que la controle y le dé su lugar.

En su emblemático tratado “la República”, Platón hace reiteradas analogías entre lo que ocurre con la psicología de los individuos que con diverso temperamento, toman decisiones en tal o cual sentido, con lo que se dota de una personalidad que procura su bien o su desdicha, en una estructura de gobierno.

Desde la monarquía, la oligarquía, la plutocracia, la burocracia, la democracia, la demagogia, la tiranía, el totalitarismo, la anarquía o acratismo, se pueden estudiar en sus causas y consecuencias, pero lo que es lo que González Casanova define como “la Democracia en México”, tiene todo, menos una forma definida de Estado, sobre todo a partir de los últimos tres sexenios, con Ernesto Zedillo, engendro diabólico del “salinato” (Salinas de Gortari).

Quién puede decir que hay gobierno en una nación, si una o varias partes de ese ente, hacen lo que se les hincha una meninge; cuando miles de maestros traicionan a nuestra infancia, mientras cínicamente parasitan el erario que se nutre con el esfuerzo de una población económicamente activa que, por ello y muchas otras razones está cansada y busca la menor oportunidad de evadir responsabilidades de las que no se sienten obligados a “cumplir”.

Quién puede llamar gobierno, cuando cualquier horda paraliza carreteras, caminos, calles; cuando se es incapaz de organizar una investigación científicamente eficiente para dar con bandas de ladrones de los combustibles que con tantos sacrificios paga la población entera. Qué gobierno sale a la defensa de cientos de miles de comerciantes, industriales, obreros y campesinos o pequeños comerciantes y población en general que es sometida al terror para exprimirles los pocos ingresos que con tanto esfuerzo se logran en la deteriorada microeconomía mexicana.
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Yo no comparto el quimérico optimismo que expresan analistas de la televisión comercial de nuestro país, y mucho menos de un impostado optimismo de algunos círculos financieros internacionales que en un lenguaje ditirámbico se han apresurado a laudar las “reformas estructurales” que ha emprendido Enrique Peña Nieto, a quien dicho sea de paso, no se puede acusar aun de perverso gestor del caos en México.

Pienso -aún- que se trata de un hombre optimista, carismático, mediático, y hasta bien intencionado, pero quizá también con una alta dosis de ingenuidad, que ello en nuestra “elucubrera” jerga a la mexicana, es sinónimo de pen…tonto.

Pienso, que la única reforma que verdaderamente necesita el país, es una reforma social y cultural. Desde el nefando Carlos Salinas de Gortari, se nos ha querido introducir, con calzador, a una globalización de la economía, compitiendo en muy desiguales condiciones con países cuya cultura, pensamiento, voluntad y sobre todo compromiso de solidaridad social son infinitamente superiores a nuestra “bombardeada” y socavada conciencia nacional.

Lamentablemente hay que decirlo, somos actualmente un país sin alma. Sin voluntad para el cambio evolutivo, somos, aunque no nos guste oírlo así, un país sin rumbo. Nos ancla a veces el pasado pero con dejo de rabia y rencor; nos atan pírricas victorias de muy pocos próceres que dieron su vida por una patria libre, pero que también ya están en un pasado muy manoseado por gobiernos e historiadores de muy poca objetividad o mucho compromiso político.

Del futuro no podemos hablar pues depende de lo que se haga hoy; ese hoy tan inseguro, tan incierto, tan riesgoso, tan pesimista para el grueso de la población.

Por qué el Presidente Peña Nieto, en lugar de preguntar a personajes del gran mercado especulativo internacional, y posibles inversionista en nuestro territorio, sobre todo en el ámbito de los energéticos o como simple mano de obra barata, por qué no le pregunta al pueblo que vive en el terror, al ser extorsionados, amenazados, y no pocas veces asesinados a manos de la impune delincuencia galopante que se vive en las calles, mercados, medios de transporte, gasolineras, escuelas, joyerías, y hasta en las más modestas “tienditas” de cualquier esquina, que no han tenido más remedio que cerrar y cerrar sus pírricos medios de subsistencia.

Pregúntenle al ciudadano común, ¿qué quiere para su futuro inmediato y mediato?, qué quiere para sus hijos y ver qué quiere para un país del que se siente tan extraño que ha tenido que emigrar hacia donde sea, ya no tan solo a los Estados Unidos donde no dejarán de ser SIEMPRE, habitantes (ni siquiera ciudadanos) de quinta categoría.

Habrá que preguntarle a Peña Nieto, que es lo que verdaderamente quiere, incluirnos aún más sometidos, al mercado financiero internacional, o recrear a una nación. Cómo quiere pasar a la historia: Como un manipulador de imagen, como un reformador estructuralista o como un verdadero artífice de una nueva nación.

 
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